A los locos hay que tratarlos con cariño.

Durante estos últimos meses estuve tomando una que otra distracción, mismas que ahora me señalan como una de las principales sospechosas en el siniestro caso de “catástrofe segura”, donde un supuesto gitano errante predijo en su bola de cristal que todo terminará de la peor manera.

Es obvio que algunos sectores de la población lo ignoraron, pero siempre quedan aquellos que en su paranoia decidieron tomar cartas en el asunto.

El caso es que me estuvieron sentenciando sin siquiera escuchar mi versión de las cosas, sé bien que existe una verdad absoluta, pero la relatividad de las cosas me brindaba la oportunidad de salir bien librada de aquello.

Intente dar pruebas contundentes, de que mis anteriores andanzas no tenían nada que ver con los cargos que se me imputaban, puesto que según dicen, un hecho vale más que mil palabras.

No dejé que la desesperación de ver que podría irse todo al caño en un santiamén me hiciera perder la cordura y desembocase tristemente en la locura, sino que traté de mantenerme siempre en completa compostura y serenidad.

Ni la calma, ni la indiferencia, ni la paciencia, ni la ternura, inclusive traté de ser comprensiva, aceptando que encajaba perfectamente con la descripción del presunto culpable, pero que se trataba de un error, que no era a mi a quien buscaban; aún así nada surtió efecto.

Creo que el idioma no ayudó, a todos les dio por hablar en “no me interesa” y “no tiene caso”.

¿Cómo explicar a quien no le da la gana poner atención? No me dieron tiempo de explicar nada, y en un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba parada aquí en el lugar en donde estoy…

Tal vez el golpe fue mas duro por pensar ilusamente que sería un juicio limpio.

¡Y que puedo hacer sí ni siquiera tu me crees!.

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